CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO
CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO. VALLE DE CAGANCHO
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VALLE DE CAGANCHO

Estábamos en descanso y suspensión del trabajo mi suegro y yo en el Valle de Cagancho, valle junto a las bodegas de Moradillo de Roa, en la comarca de la Ribera del Duero: bodegas famosísimas en Aranda de Duero, San Sebastián y Madrid por los premios que ha recibido el pueblo por tenerlas y embellecerlas.

Cagancho es un “pecho lobo” porque pasea por las bodegas a pecho descubierto. Es joven y guapo, pero nunca se le ha visto con hembra alguna. Es algo ferino, de fiera, porque tiene una rabia convulsiva como si fuera un niño mal criado.

Cierto día, se cabreó por unos colchones que habían sacado al sol los folla amigos y amigas de la bodega de los jóvenes que mira hacia La Sequera repletos de Covid 19, pajas sentimentales y meadas, echándole la culpa a los consuegros porque les vio dar de patadas a los colchones, pues, como críos, pensaban que a patadas echarían el virus de los mismos.

Cagancho se les encaró:

---¿Qué hacéis con los colchones arrojándoles al valle? ¿Por qué no les lleváis al punto limpio?

--Oye majete, le contestaron los consuegros al unísono: Agárrales tú con los dientes y llévales al punto limpio. Estos colchones son de los jóvenes folla amigas del pueblo.

Además, añadí yo:

--Estos colchones caerán en esta parte a tal hora. Segovia cae al norte del Cotarro; el Corpus cae siempre en jueves; y hoy es jueves.

Cagancho, de quien comentan que es ingeniero de la Cagada del Lagarto, no supo que decir. Se aminoró.

Mi consuegro le dijo:

--Mira, Cagancho, esa mierda de perro cae muy mal en ese rincón. Y no haces nada.

No supo ponderar la intensidad de nuestros sentimientos y manifestaciones cayéndosele los palos del sombrajo; perdiendo la ilusión de poder vencernos en el diálogo, marchando para la plaza del pueblo, y viendo, nosotros, cómo se le caían las alas del corazón, y las plumas de la cabeza.

Por de fuera del camino, por fuera, con los pies sacamos los colchones, que vimos caer y quedarse en una ladera no perjudicando mayormente la vista de la Iglesia del pueblo, desde abajo, sino dándole un toque surrealista.

--Ahí van. Allá se quedan, dijo mi consuegro.

Cagancho no volvió la vista atrás. Creo que se dio cuenta de que no nos despertó ninguna simpatía. Le vimos la espalda tostada y pulverizada al sol como la semilla del cafeto.

--Ale, vamos, me dijo mi consuegro. ¡A escardar cebollinos¡ O a ver si dan fruto los almendros del tío Julio.

Unos cagaceites, ciertos pájaros parecidos al tordo, sobrevolaron nuestras cabezas yendo hacia las tapias del cementerio junto a la iglesia, a buscar la Cagadilla de gallina, flor de una especie de curujey.

Yo le dije a mi consuegro:

---Espérame aquí, que voy a a darle rienda suelta a mi tripa del cagalar.

Entre cagarrias, hongos, solté mi excremento al estilo de un cagatinta, oficinista estatal o municipal, en un recodo junto a la tapia del Cementerio que mira hacia el pueblo de Aza.

 Daniel de Culla