La poesía, cuando es latido, canto, susurro, suspiro, grito o súplica del corazón del hombre inquieto ante el devenir de la trama de la existencia humana, tiene -por ser parte, sangre del Verbo Creador, Redentor y Santificador del universo todo-, poder de sanación, de salvación...
Una vez que el alma descarga a tierra de Misericordia sus afanes y perplejidades, sus anhelos y esperanzas, sus pasos y contrapasos, sus derrapes y alzadas, sus curvas y atajos, sus dudas y compromisos, sus temores y pesadillas, sus promesas y discursos…, vuelve con nuevos ojos encendidos desde lo Alto a propulsar los pies peregrinos sobre su propio polvo; y también, con renovados bríos y brotes augurales –al alba, siempre al alba, después del conjuro irrefrenable de la noche- a alistarse, una y otra vez, para librar el buen combate (desde lo divino; y léase, servicio, desde lo humano) que nos ofrece la vida para alcanzar la Vida.
Por eso, la Poeta colombiana Cecilia Lamprea de Guzmán (N. 1933, Bogotá), al interpretar el párrafo antecedente, expresará en inolvidable síntesis de la phoesis: “Siempre el poeta, será un renovador de amaneceres sobre el polvo de su propia angustia”.
No es un juego. Es un combate; y un trabajo misionero, desde lo humano, insistimos. Una lucha ora cruenta, ora incruenta entre la luz y la sombra, entre la fe y la impiedad, entre la esperanza y la locura. Y si la palabra combate y lucha no deja de ajeneizarnos de una auténtica axiología divina humanizante, troquemos esos verbos por otros más adecuados: y hablemos, no de combate, sino de SERVICIO; no de lucha, sino de ESFUERZOS Y SACRIFICIOS…
… Y dejemos, agraciados como somos, misioneros del Maná de la Palabra, que ésta emprenda su marcha por el derrotero de ominosas, oscuras quebradas… Y la Poesía, que no es una niña ingenua, imberbe y temerosa, sino una mujer valiente, lúcida y traslúcida, pues de su mano tersa, suave y firme ningún habremos de temer… Porque es el consuelo de todo un Dios, Amor Ofrenda, y con nosotros. Entonces, si Ella y Él con nosotros, sangre sacrificial del Verbo humanizado: ¿quién contra nosotros? Ni siquiera el astuto, tenebroso, suspicaz Padre del Caos y la Mentira…
Muchos han tratado definir a la Poesía. Incluso “poéticamente” como Gustavo Adolfo Bécquer (“Poesía… eres tú”) o Rabindranath Tagore (“La poesía es el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos”). Y más recientemente, un colega venezolano (Rafael Vicente Padrón Ruiz) también ha aproximado su propia mirada de tan grande Misterio, expresando: “El mundo es un libro, nosotros un poema y la vida entera es poesía”. Una mirada cercana al enfoque trascendente de la vida guiada por una espiritualidad de lo humano, nos aproximará sin más a la poesía de ser y estar en el mundo, aunque no seamos del mundo.
Resumiendo: Cuando un alma piensa, siente y dice poesía, es porque el Verbo, todo Luz, habita en ella. Y la Poesía resulta la formalización del Verbo encarnado en dicha mirada, en las esencias de bondad, belleza y verdad. O, en otras palabras, la poesía es como una estrella... A cada cual toca alguno de sus rayos... Pero es siempre el mismo rayo de luz. Y en cada de sus infinitas partículas, como infinitos los mundos y personas que los habitan, se hallan condensadas todas las propiedades de la verdadera Fuente de la Luz.
Gracias y bendiciones al Poeta que la Nombra. Gracias y bendiciones por el temblor de su Voz, la del ciervo sediento que va en busca del agua... 1