MANIFIESTO CONSPIRACIONISTA
MANIFIESTO CONSPIRACIONISTA
30/08/2023
(Primera entrega)
EXtramuros inicia, en traducción propia a cargo de Alma
Bolón, la publicación de fragmentos de “Manifiesto
conspiracionista”, libro de autoría colectiva
anónima que “no pertenece a nadie, pertenece al movimiento
de disociación social en curso”
Editado en enero de 2022 por Éditions du Seuil,
“Manifiesto conspiracionista” recoge la experiencia de la
pandemia remontándose a sus vísperas planetarias -el
estado del mundo en aquel lejano 2019-; a las pioneras conspiraciones
anticonspiracionistas -Karl Popper y Friedrich von Hayek en la
postguerra-; a los paralelismos con 1914 -las dimisiones de la
“izquierda” y su olvido del conspiracionismo de los autores
más señeros-; a los sucesivos ejercicios de
simulación de catástrofes en los que, desde hace
más de veinte años y bajo la ideología del
preparedness, confluyen servicios de inteligencia (CIA-FBI),
científicos-guionistas, millonarios, transnacionales.
La tesis es sencilla y esclarecedora: la guerra fría no
terminó ni se interrumpió con la caída de la Urss,
sino que la guerra fría es el régimen en el que vivimos
desde los años 1940. Régimen tecnocrático que
modela nuestro vivir, la guerra fría es creación de
servicios de inteligencia (CIA-FBI), antropólogos,
sociólogos, psicólogos, ingenieros, lógicos,
filósofos, físicos, biólogos, genetistas,
matemáticos, informáticos, médicos, mega patrones
de mega transnacionales, medios de comunicación, etc.
La reivindicación es nítida: “somos
conspiracionistas, como hoy lo son todas las personas sensatas”,
porque “el conspiracionismo es el nombre de la consciencia que no
depone las armas”.
Una primera traducción y edición en papel de
“Manifiesto conspiracionista” tuvo lugar en Logroño,
España, en octubre de 2022, en la editorial Pepitas de Calabaza:
https://www.pepitas.net/libro/manifiesto-conspiracionista
Somos conspiracionisas, como hoy lo son todas las personas sensatas.
Con los dos años que hace que están llevándonos de
aquí para allí y con lo que nos informamos, tenemos toda
la perspectiva necesaria para separar “lo verdadero de lo
falso”. Las ridículas autoatestaciones que se
pretendió que llenáramos, a las claras tenían el
propósito de hacernos consentir a nuestro propio encierro y de
hacer de nosotros nuestros propios celadores. Quienes las
diseñaron hoy se felicitan. La puesta en escena de una asesina
pandemia mundial “peor que la gripe española de
1918” de verdad era una puesta en escena. Los documentos que lo
atestiguan se han filtrado, más adelante lo veremos. El chantaje
por el sistema-de-salud-que-colapsa también era solamente un
chantaje. El espectáculo concomitante de clínicas
privadas casi ociosas y sobre todo bien a salvo de cualquier
requisición bastaba para probarlo. Pero la persistencia, desde
entonces, del despedazamiento del sistema hospitalario y del personal
de la salud proporciona la prueba definitiva. El barrido furiosamente
encarnizado de cualquier tratamiento que no implicara experimentar
biotecnologías en poblaciones completas, reducidas al estado de
cobayo, tenía algo sospechoso. Con una campaña de
vacunación organizada por los consultores McKinsey y con el
“pase sanitario” después, la brutalización
del debate público adquiere todo su sentido. Es sin duda la
primera epidemia mortal de cuya existencia hay que convencer a la
gente. El monstruo que avanza hacia nosotros desde hace dos años
no es, por ahora, un virus coronado por una proteína, sino una
aceleración tecnológica dotada de una potencia de ruptura
calculada. Día a día somos testigos del intento de
realizar el proyecto transhumanista demente de convergencia de las
tecnologías NBIC (Nano-Bio-Info-Cognitivas). Esta utopía
de refundición completa del mundo, este sueño de pilotaje
óptimo de los procesos sociales, físicos y mentales ni
siquiera se toma el trabajo de ocultarse. No se tuvo ningún
escrúpulo en imponer como remedio a un virus salido de
experimentos de ganancia de función en el marco de un programa
de “biodefensa” otro experimento biotecnológico
conducido por un laboratorio cuyo director médico se jacta de
“hackear el programa de la vida”. “Siempre más
de lo mismo” parece ser el último principio ciego de un
mundo que ya no tiene ningún otro más. Hace poco, uno de
esos periodistas siemprelistos que pueblan las redacciones parisinas
interrogaba a un científico un poco honesto a propósito
del origen del Sars-CoV-2. El científico estaba teniendo que
admitir que la grotesca fábula del pangolín rengueaba
cada vez más ante la hipótesis de las manipulaciones de
cierto laboratorio P4, a lo que el periodista entonces preguntaba si
“eso no corría el riesgo de llevar agua para el molino de
los conspiracionistas”. El problema con la verdad, en lo
sucesivo, es que da la razón a los conspiracionistas. En esas
estamos. Era hora de nombrar una comisión de expertos para
terminar con esta herejía. Y de restaurar la censura.
Cuando toda razón abandona el espacio público, cuando la
sordera aumenta, cuando la propaganda endurece su férula con el
fin de forzar la comunión general, hay que tomarse los vientos.
Es lo que hace el conspiracionismo. Partir de sus intuiciones y
lanzarse a la investigación. Intentar comprender cómo
llegamos a esto, y cómo salir de este atolladero del
tamaño de una civilización. Encontrar cómplices y
confrontar. No resignarse a la tautología de lo existente. No
temer ni esperar, sino buscar serenamente nuevas armas. La
fulminación de todos los poderes contra los conspiracionistas
prueba bien cuánto lo real opone resistencia a los poderes. La
invención de la propaganda por la Santa Sede (la Congregatio de
la propaganda fide o Congregación por la propagación de
la fe) en 1622, a largo plazo, no sirvió a los asuntos de la
Contra Reforma. El descrédito de los chillones termina por
absorber sus chillidos. La concepción de la vida que tienen los
ingenieros de esta sociedad patentemente es tan chata, tan hueca, tan
errada que solo pueden fracasar. Solo lograrán devastar el mundo
un poco más. Por esto, nuestro interés vital es echarlos
sin esperar que fracasen.
Hicimos entonces como cualquier conspiracionista: nos pusimos a buscar.
Aquí está lo que encontramos. Si nos atrevemos a
publicarlo es porque creemos haber llegado a varias conclusiones
capaces de esclarecer esta época con una luz cruda y
verídica. Nos zambullimos en el pasado para echar luz en lo
nuevo, cuando toda la actualidad tendía a encerrarnos en el
laberinto de su eterno presente. Era pues muy necesario contar el
reverso de la historia contemporánea. Al empezar, se trataba de
no dejarnos impresionar por la potencia de fuego y de enloquecimiento
de la propaganda reinante. Hacerse al nuevo régimen de cosas
constituye entonces el principal peligro, que contiene el de un devenir
loro. Temer el epíteto “conspiracionista” forma
parte de eso. El debate no es entre conspiracionismo y
anticonspiracionismo, sino en el interior del conspiracionismo. Nuestro
desacuerdo con los defensores del orden existente no incumbe la
interpretación del mundo, sino el mundo mismo. No queremos nada
con el mundo que están construyendo –pueden guardarse para
ellos sus andamios, además. No es una cuestión de
opinión; es una cuestión de incompatibilidad. No
escribimos para convencer. Es demasiado tarde para esto. Escribimos
para armar nuestro campo en una guerra que se libra cuerpo a cuerpo con
las almas en la mira -una guerra que por cierto no opone un virus y la
“humanidad” tal como lo pretende la dramaturgia
espectacular. Intentamos pues que la verdad fuera “manejable como
un arma”, según el consejo de Brecht. Nos ahorramos el
estilo demostrativo, las notas al pie de página, el lento
encaminamiento de la hipótesis a la conclusión. Nos
atuvimos a las piezas y a las municiones. El conspiracionismo
consecuente, el que no sirve de ornamento a la impotencia, concluye en
la necesidad de conspirar, puesto que lo que nos enfrenta luce muy
decidido a aplastarnos. En ningún momento, nos permitiremos
pronunciarnos sobre el uso que en semejante época cada uno puede
hacer de su libertad. Nos atendremos a dinamitar los obstáculos
mentales que más estorban. No pretendemos que alcance con un
libro para sustraerse a la impotencia, pero también recordamos
que algunos buenos libros encontrados en el camino nos evitaron muchas
servidumbres. Los dos últimos años fueron duros. Los
fueron para todas las personas sensibles, y sensibles a la
lógica. Todo pareció hecho para volvernos locos. Fue
gracias a algunas sólidas amistades que pudimos compartir lo que
experimentábamos y lo que pensábamos –nuestro
asombro y nuestra revuelta. Soportamos estos últimos años
juntos, semana a semana. La investigación fue su consecuencia
lógica. Este libro es anónimo porque no pertenece a
nadie; pertenece al movimiento de disociación social en curso.
Acompaña lo que advenga –en seis meses, en un año o
en diez. Hubiera sido sospechoso, además de ser imprudente, que
se autorizara con un nombre propio o con varios. O que sirviera a la
gloria que fuera. “La diferencia entre un pensamiento verdadero y
una mentira consiste en el hecho de que la mentira requiere
lógicamente un pensador y no así el pensamiento
verdadero. No hay necesidad de nadie para concebir el pensamiento
verdadero. […] Los únicos pensamientos para los que un
pensador es absolutamente necesario son las mentiras.” (Wilfred
R. Bion, L’Attention et l’Interprétation, 1970)
La “guerra al virus” es una guerra en contra de nosotros
1.El golpe del mundo. 2. La conjuración de los amputados. 3. Claridades del terror.
[…] (*)
2.
Por supuesto, hay un prestigio del terror.
Hay un aura del poder, que hipnotiza.
A cualquier mequetrefe que ande por ahí, en cuanto sale de la
comisión Attali en que lo pusieron presidente, se lo tiene por
un oráculo, y a su inconsistencia por maestria. El propio
Stalin, en la tapa de Times en 1939, no es más el niño
golpeado a muerte, con los pies palmeados, con el brazo deforme que,
sin embargo, Stalin sigue siendo. En la vereda de enfrente, Allen
Dulles, el hombre de los servicios secretos estadounidenses durante
ocho presidentes, el director de la CIA cuya cabeza obtuvo Kennedy
antes de que él obtuviera la de Kennedy, no es más el
patizambo que fue de niño cuando corría tras las mujeres.
Esto es válido para el más mínimo
“jefe”, de taller o de gabinete. La jerarquía social
es la de la mistificación. Es también, consecuentemente,
la de la amputación sensible. Para que la mistificación
sea reina, se necesita que el enceguecimiento sea rey. Ni un segundo de
este mundo sería posible, si se pudiera existir y ver lo que
Kafka veía. “Vivimos todos como si fuéramos
déspotas. Esto hace de nosotros mendigos. […] La angustia
de la muerte es solo el resultado de una vida que no se cumplió.
Es la expresión de una traición. […] Esos grandes
encuentros políticos están al nivel de reuniones de
boliche. Las personas hablan mucho y muy fuerte, y para decir lo menos
posible. Es un mutismo ensordecedor. En esto, lo único verdadero
e interesante son los asuntos concluidos entre bambalinas, de los que
nadie dice ni mu.” (Gustav Janouch, Conversations avec Kafka,
1968) Desde entonces, un siglo de devastaciones ilustró
suficientemente con cuánta justeza veía Kafka en todas
las cosas y casi solo. Es de primera necesidad que cada uno tenga bien
amurallado el acceso a lo que sin embargo experimenta. Y se
tendrá a bien respaldarse unos a otros en esta loable
propensión –lo que para nada impide que uno gobierne su
existencia en función de los rumores que llegan desde el
subsuelo amurallado.[…]
Un mal que viene de lejos y cuyo soplido podía ya sentirse
cuando, en 1933, la Exposición Universal de Chicago titulada
“Un siglo de progresos” adoptaba como eslogan: “La
ciencia descubre, la industria aplica, el hombre se conforma”. El
impulso rabioso de pisotear cualquier sensibilidad parece formar el
motor secreto de la aceleración tecnológica en curso.
Rapacidad financiera y deseo de servidumbre proceden igualmente. Basta
con oír hablar a Lin Junyue, el teórico chino del sistema
de crédito social Sésamo, cuando explica que si en
Francia “hubieran tenido el sistema de crédito social,
nunca hubieran tenido a los Chalecos Amarillos”. Basta con
escuchar a Mark Zuckerberg, o Yuval Harari, o Bill Gates. A
través de ellos, el imperativo social de deformidad es lo que
celebra la barra brava mediática. Se los considera geniales,
visionarios, audaciosos, y sobre todo inteligentes. Su éxito
atestigua. Pero no, solo son vivos. En el fondo todo su éxito
consistirá en haber hecho pasar su viveza por inteligencia.
Pintarlos como nuevos Satan es demasiado acordarles, salvo que se
reconozca que lo que caracteriza al Diablo no es nada muy fascinante:
una trivial desgracia, una simple privación de ser. Lo que les
da aires de extraterrestres no proviene de una superioridad sino de un
defecto íntimo. Si a toda costa les es necesario “aumentar
lo humano” es porque solo lo conocen amputado, y para hacer que
esa amputación sea definitiva. Si tienen tanta actividad es
porque creen que no se sospecha su condición, y para convertirla
en poder. El vacío que tienen en el corazón los vuelve
insaciables. Nadie logra procurarles la sensación de estar
realmente en vida. De ahí su obsesión de regir la de los
otros. Son unos insecure over-achievers, súper performantes que
no saben dónde viven – y una cosa por la otra.
Además, lo admiten de buena gana, en privado. En esto su viveza
se desarrolló en proporción a su falta. Toda esa
obsesión que tienen por el cerebro, por la cognición y
por las neuronas nada puede hacer: la inteligencia tiene su sede en el
corazón –esto siempre se supo. La inteligencia pasa por el
cerebro, como pasa por el vientre, pero su domicilio es el
corazón. Porque el corazón es la sede de la
participación en el mundo, de la disposición a ser
afectado por éste y, a su vez, a afectarlo. […]
En este punto, sería descabellado preguntarse si conspiran, esos
1% que detienen el 48% de la riqueza mundial, que en todas partes
concurren al mismo tipo de colegios y de lugares, que se dan con el
mismo tipo de gente, que leen los mismos periódicos, sucumben a
las mismas modas, se impregnan de los mismos discursos y del mismo
sentimiento de superioridad hereditaria.
Evidentemente que respiran el mismo aire.
Evidentemente que conspiran.
Y ni siquiera tienen necesidad de complotar para eso.
“Con toda franqueza, estimamos que no puede existir nada
más peligroso que una sociedad en la que los psicópatas
predominen, definan los valores, controlen los medios de
comunicación […]. De nosotros van a hacer
pacientes.” (Philip K. Dick, Les clans de la lune Alphane,
1964).
3.
[…]
La jauría de los perros guardianes puede ponerse a ladrar, a
mofarse, echar espuma. No solamente nosotros sabemos cosas que ellos no
quieren saber, sino que además no ignoramos que “el mundo
es complejo” –como les gusta machacar quienes intentan
infantilizar a sus interlocutores, pero lo único que hacen, con
esa frase hueca, es exonerarse de cualquier forma de coraje. El coraje,
por ejemplo, de asumir una posición clara ante las operaciones
en curso y el mundo que diseñan. No solo hay una
epistemología de los métodos, también hay una
epistemología de las virtudes. Sí, las “relaciones
de poder son intencionales y no subjetivas”; sí, hay un
“carácter implícito de las grandes estrategias
anónimas, casi mudas, que coordinan tácticas
locuaces”; sí, se trata de distinguir la
“línea de fuerza general que atraviesa los enfrentamientos
locales y los liga”; y no, no nos imaginamos descubrir un
día al estado mayor que preside todas las estrategias adversas.
Pero estas tesis de Michel Foucault no pueden servir de vade-mecum a
las cobardías sofisticadas. Un mundo tan hostil como el que se
anuncia no se hace solo. Nos hicieron, están más que
nunca haciéndonos un mundo a nuestras espaldas. El solo hecho de
que haya un mundo y no varios –y en todas partes ese mismo mundo,
cada vez más desértico, cada vez más frustrante y
mediocre, cada vez más globalizado y sin embargo cada vez
más estrecho– es el fruto de un esfuerzo concertado.
Cantidad de cosas suceden solas, claro que sí, sin la voluntad
consciente de aquellos que toman parte, y van naturalmente en el
sentido de quienes sí quieren, de manera deliberada, hacernos un
mundo a nuestras espaldas. En efecto, esto es complejo, pero nada quita
a su existencia y a la malignidad de sus operaciones. Eric Schmidt, que
pasó de la presidencia de Google a la de la Comisión de
Seguridad Nacional en Inteligencia Artificial, se inquieta en febrero
de 2020 en el New York Times por el hecho de que Silicon Valley
podría perder la “guerra tecnológica” contra
China a causa de la insuficiente digitalización de la vida en
los Estados Unidos. Pero que la inteligencia artificial china estalle
gracias al océano de datos cotidianos proporcionados por la
cibernetización a marcha forzada del país solo es un
argumento a favor de un proyecto de potencia bien establecido. Es este
proyecto, y nada más, el que implica obligarnos a vivir, lo
más posible, on line. Como lo observaba finamente un informe de
mayo de 2019 de dicha comisión: “Los consumidores pasan a
la compra on line cuando es la única manera de obtener lo que
quieren”. De donde la utilidad, por ejemplo, de un confinamiento.
Quienes tienen gran interés en encerrarnos en su mundo y en
cortarnos cualquier salida posible son, concretamente, nuestros
enemigos. Es decir, personas que obran en contra de nosotros, personas
que seguramente no quieren nuestro bien. He aquí la
inconveniente simplicidad de la que querrían desviarnos los
esacamoteadores del “mundo complejo” –porque revela
la espantosa simplicidad de su posición.
Como cada ruptura histórica, los dos años pasados
produjeron en nuestras vidas una especie de sismo. Redibujaron el
paisaje. La presión social, acrecentada deliberadamente, hizo
que cedieran las amistades de circunstancias. También
determinó disidencias que no hubiéramos sospechado, y dio
a luz complicidades más elementales, más profundas, sin
aprestos.
Si se reflexiona con detenimiento, se convendrá en que nada de esto es fortuito.
Las distancias que se revelaron existían antes.
Fulano más que nada se esforzaba en parecer astuto, no
podía evitar admirar el éxito, referirse a lo normal,
desearse cool, perseguirse por su crédito social.
En todas partes, el gradiente de estupidez sigue al gradiente de nihilismo.
La situación opera como un revelador de las fisuras interiores
de los seres, así como un coronavirus sirve de revelador de las
enfermedades crónicas tan propias de esta civilización.
Se habló, a raíz de los dos últimos años, de una gran confusión espiritual.
Pero hay una especie de confusión que precede inmediatamente la iluminación.
Para quien acepta ver, los dos años pasados produjeron una gran claridad.
Para quien acepta despejar el terreno, el campo está libre.
Quienes creen que los gobernantes hacen lo mejor que pueden a pesar de su incompetencia y de la burocracia que los rodea,
Quienes no perciben el cinismo abismal que con sarcasmo ríe
detrás de todas las altisonantes proclamaciones de humanismo y
de buenos sentimientos.
Quienes prefieren olvidar que el eugenismo, la colonización, el
adiestramiento de las poblaciones o la Fundación Rockefeller
nunca persiguieron otra cosa que “el bien de la humanidad”.
Quienes creen sinceramente que puede “hacerse el bien de los
otros” sin empezar por imponerles nuestra definición del
bien y nuestra alteridad.
Quienes no experimentan ningún escalofrío al descubrir la
foto de un veterinario griego convertido en CEO de Pfizer arborando un
tapaboca negro que lleva impreso “Science will win”.
Quienes creen, además, que “la ciencia” existe en
algún lugar como un papá severo e indulgente, y no como
un campo de batalla en el que los paradigmas son constantemente
asediados, puestos en dificultad y finalmente derrocados.
Quienes prefieren ignorar, por orgullo, comodidad, embrutecimiento o
ligereza, luego de más de un siglo de refinamiento en la
propaganda y el arte de la comunicación, que la verdad ya estaba
socialmente difunta y enterrada en 1914.
Quienes todavía debaten, entre corderos, para saber si el pastor
no tendrá algún proyecto para sus cogotes, a pesar de
todos los cuidados que les dispensa.
Quienes rechazan prestar a sus amos intenciones inconfesables, por
miedo a ver desplomarse a su vez el castillito de mentiras que
constituye su propia existencia social.
Quienes se creen tan astutos que repiten con tono de desafío las
insanías que el trollaje gubernamental concibió para
ellos.
Quienes se dejaron ganar por la apatía y la dimisión
interior ante la ofensiva multidireccional de la que la
declaración de “pandemia mundial” fue la
señal.
Quienes duermen panchamente mientras que un presidente que se
tragó completo a Machiavelo pretende, so pretexto del
“pase sanitario”, volver a tallarse un cuerpo
político a su medida –no, gobernar no es prever, tampoco
es servir, seguramente es “hacer creer”, como decía
Richelieu, pero sobre todo “gobernar es poner a sus sujetos fuera
de situación de perjudicar al gobernante y hasta de que ni
siquiera vaya a ocurrírseles” (Machiavelo, Discurso sobre
la primera década de Tito Livio).
Quienes tienen por partido no tomarse nada a pecho, no tomarse nada en serio y hacer como si nada pasara.
Quienes no sienten que todo el mal concentrado que se nos
inflingió estos últimos años llama a una respuesta.
Quienes aceptan tranquilamente el control total como condición para “reencontrar la libertad”.
Quienes se someten al invento de todas las normas de ayer de
mañana y de ninguna parte, con la esperanza de una “vuelta
a la normalidad” que, por esta mismísima razón,
nunca llegará.
Quienes no se contentan con obedecer obligaciones humillantes, sino que además teorizan la necesidad.
Quienes creen que hay paréntesis en la historia como hay en las
frases y se tranquilizan diciéndose que ésta pronto va a
cerrarse con la “victoria sobre el virus”
Por todos estos, nada podemos por ellos.
Después de todo, la errancia ayuda, también.
* Los corchetes –[…]– corresponden a esta
traducción en español, indicando que existen fragmentos
no traducidos en ese lugar.
Traducción directa del original francés: Alma Bolón