filomena
FILOMENA (*)
En
la oscuridad de la noche, la joven Filomena, con capa y capucha
negras, le lleva de la mano a su chico, vestido con pantalón oscuro
y camisa blanca, por el montecillo del Cotarro hacia la bodega de
piedra abierta a ras de tierra, por donde nadie les vea.
Tan
sólo la lumbre de algunos manojos de sarmiento en llamas, dispuestos
para asar a la parrilla unas chuletillas de corderito, ilumina la
iglesia hecha de piedra que parece que se sostiene con huesos y
calaveras del cementerio de al lado.
A
la hora del camino, se dispusieron a besarse antes de meterse en la
bodega.
-Bésame,
serranito, bésame, antes de que bebamos vino de la Ribera del Duero
en esa calavera que tenéis los jóvenes en la bodega.
Mientras
se besaban y trataban de acostarse, la joven Filomena sacó de su
capa negra un cuchillo jamonero y al serranito enamorado se lo clavó
en la espalda casi entero, cuando el pobre exclamaba:
-¡Qué
dulces que están tus besos, Filomena¡
Cayó
el serranito de espalda sobre la hierba de la puerta de la bodega,
haciendo que el cuchillo entrara más adentro de ella.
Filomena,
como no le sintió dormido o muerto al instante, se ha dirigido a
verle, pues se movía haciendo aspavientos y sacando, a veces, la
lengua.
De
que vio que el serranito, antes de morir, se hacía una paja que
escupía estrellas, y los berríos que daba hacían temblar todo el
Cotarro, la chica se ha tapado con la capa negra toda entera,
haciéndose oscuridad con la oscura noche de Moradillo, plagado el
cielo de estrellas, echando a correr y persiguiéndola unos
murciélagos que salieron de la bodega tras de ella.
-Daniel
de Culla
(*)Dibujo provisto por el autor