CULTURA Y PODER EN ABYA YALA

CULTURA Y SUBDESARROLLO

01 agosto, 2023 / Che vos quién sos?


Uno de los equívocos más extendidos que existen sobre nuestra identidad subcontinental mal llamada latinoamericana – es la de considerarnos “occidentales”.


Ciertamente, la invasión de estas tierras por los pueblos ibéricos y su asentamiento en ellas, nos ligó al mundo denominado occidental, pero no nos hizo parte del mismo. Lo que se debió en gran medida a la diversidad de pueblos originarios que, sobreviviendo a las dominaciones, epidemias, destrucciones y matanzas de la conquista, formaron parte ineludible de nuestra identidad, haciendo que muchos de sus componentes culturales la conformen actualmente. También se debió a que los pueblos ibéricos conquistadores eran marginales a lo que luego se llamó Occidente, ya que no integraron el núcleo de países europeos creadores de la civilización moderna, esencia cultural del mundo occidental. La incorporación masiva y diversificada de población africana a estas tierras, fue otra razón que contribuyó a generar una sociedad con muchos elementos culturales de origen no occidental. Por último, la mezcla de formas de sentir, pensar y actuar de las tres vertientes poblacionales que convergieron y convivieron durante cinco siglos en el territorio común, terminó por configurar una sociedad original que poco tiene que ver con las “occidentales”.

 

De hecho, nuestra sociedad “abyayalica” nunca asumió como su núcleo cultural central el conjunto de convicciones, principios y anhelos claves del llamado mundo occidental. Lo que sucedió, es que determinados valores y formas de actuar occidentales, fueron adoptadas y difundidas por las clases dominantes, mas como signo de su supuesta pertenencia a “Occidente”, que como creencias y comportamientos auténticos. Por lo cual, algunos de esos elementos occidentales, quedaron superficialmente incorporados a nuestra cultura. Pero, justamente a causa de esa superficialidad, dichos valores, normas y orientaciones occidentales, no se constituyeron en las motivaciones centrales del pueblo, ni tuvieron la potencia necesaria para darle forma a nuestra sociedad; cosa que sí sucedió en la mayor parte de los países Europeos, Canadá, E.E.U.U., Australia y Nueva Zelandia.

 

Uno de estos valores occidentales claves con poca incidencia en nuestra vida colectiva común, es la ambición de progreso. El progreso, entendiendo por tal el anhelo por incrementar permanentemente bienes y conocimientos útiles para producirlos u obtenerlos, es la motivación colectiva central de Occidente. Motivación que se manifiesta tanto a nivel del comportamiento colectivo, cuanto a nivel de la conducta individual; de manera que insufla, inspira y anima todas las actividades de las sociedades occidentales. Dicho valor, sin embargo, nunca constituyó la motivación social cultural central, ni colectiva ni personal, de nuestra sociedad subcontinental. El hecho que seamos países subdesarrollados, cuando contamos con todas las condiciones necesarias para ser desarrollados, demuestra claramente este aserto. Veamos esto con más detalle.

 

Con la calificación de “país desarrollado” se designa actualmente a aquellos que han progresado; es decir, a aquellos que han acumulado y siguen agregando a su vida colectiva una cantidad significativa de bienes, de manera que tienen un alto Producto Bruto Interno Per Capita. Habitualmente se adjudica el haber alcanzado esta condición, a un conjunto de factores tales como la disposición de recursos naturales y humanos determinados, la ubicación en lugares centrales de rutas comerciales, el desenvolvimiento de ciertas industrias claves, la participación en sistemas financieros de relevancia, o varias de ellas juntas.

 

Solo en contadas ocasiones se asigna la causa del desarrollo a la cultura, lo que constituye un tremendo desacierto. Porque si en una sociedad no existe la convicción y la voluntad social de incrementar constante y sistemáticamente la cantidad de bienes disponibles, muy probablemente se mantenga “subdesarrollada”, por mas recursos, ubicaciones, actividades industriales que realice y sistemas financieros en que participe. Y esto es, a mi juicio, lo que ha sucedido con los países que integramos Abya Yala. Difícilmente encontremos en nuestra población una ambición por progresar, de la intensidad y extensión con que se encuentra en los países occidentales. Probablemente la aspiración de ser felices simplemente, o de tener un buen vivir, o de estar armónicamente integrados en familias y comunidades o con el medio ambiente, tengan culturalmente más peso individual y colectivo, que la de generar y adquirir constantemente mayor cantidad y calidad de bienes. Lo cual es bastante lógico, si se tiene en cuenta que ni las culturas originarias ni las católicas ibéricas que sentaron conjuntamente las bases de nuestra identidad cultural “abyayalica” – inclinaban a tomar el progreso como el fin de la vida.

 

Nuestro “subdesarrollo” se explica mucho mejor por esta característica cultural, que por cualquier otra causa. Y esto es así porque, quizás, en el fondo de nuestra alma colectiva, aspiramos más a florecer que a incrementar los bienes disponibles. En tal sentido, parece no ser una casualidad el nombre que nuestros ancestros originarios le pusieron al subcontinente, cuando lo llamaron Abya Yala, es decir, “Tierra en Florecimiento”. En la próxima nota expondremos las diferencias culturales profundas que existen entre progresar y florecer, así como las diversas consecuencias e implicaciones que ambas conllevan.

 

Lic. Carlos A. Wilkinson

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