a){Apestadas}
Pues,
las fuertes resistencias contra lo femenino no serían de
índole intelectual, sino que proceden de fuentes
afectivas; la “irresoluble
perversión no sublimada y ambigüedad sexual del varón
que posee la decisión final en este esquema”,
donde lo masculino sigue siendo la ley.
b)
{No es casual que los activistas de la
identidad de género ardan de ira cuando las
abolicionistas hablamos: si la gente tiene oportunidad de
escucharnos explicar cómo las demandas transactivistas no
tienen nada de transgresoras sino que representan un serio
retroceso en los derechos de las mujeres, por lo general
entiende y está de acuerdo. A diferencia de nosotras,
ellos no quieren convencer al público de sus ideas con
ejemplos reales y argumentos válidos en charlas y
debates: quieren imponerlas por la fuerza o a base de
mentiras, difamaciones, sentimentalismo y chantajes
emocionales, que es la otra gran estrategia. Debemos
reconocer que les rinde muchos frutos.}
Pues,
la minuciosidad con que el transexual ecuménico perverso
patriarcado, expone todo lo referente al pasado y presente
de su civilización, ha de invitarnos a esclarecer su
relación con el delirio del varón y a precisar su
significado e importancia dentro del conjunto de sucesos
que la historia de lo humano nos ofrece. Tal historia de
lo humano obedece a motivos que el varón mismo
desconocería en un principio y sólo más tarde lograría
hallar, motivos que psicoanalíticamente calificamos de
“inconscientes”. “La
transexualidad es el resultado de las circunstancias,
sobre el varón en el periodo edípico, que provocan su
deseo de ser mujer; Es decir la transexualidad es una
perversión”.
Estas
circunstancias constituyen un fiel reflejo de la realidad,
pues ni siquiera es necesario hallarse presa de un delirio
para obrar el varón en su irresoluble perversión y
ambigüedad sexual.
c)
{Cuando atacan a otras y nos quedamos
calladas, se proponen leyes antifeministas y guardamos
silencio cómplice, nos deshacemos en disculpas por algún
acto inocente que merecía la excomunión y no lo
sabíamos, usamos los “pronombres de preferencia”, les
seguimos la corriente a unos hombres y les decimos
“mujeres” y a nosotras “cis”, son puntos a favor
del ellos. Cuando adoptamos su lenguaje o empleamos en
nuestro propio discurso expresiones que implican
falsedades (“sexo asignado al nacer”: mentira, el sexo
no se asigna sino que se observa al nacer o incluso antes;
“infancias trans”: mentira, niñas y niños que no
encajan en estereotipos son perfectamente normales y ni
nacieron en un cuerpo equivocado ni necesitan tratamientos
médicos; “identidad de género”: mentira, ser hombre
o mujer no depende de estereotipos sexistas y éstos no
nos hacen ser quienes somos), estamos dejándolos ganar y
engañándonos a nosotras mismas.}
Pues,
constituye, en efecto, para el macho un hecho habitual y
normal no engañarse sobre los motivos de los propios
actos y no percatarse de los mismos sino a posteriori en
aquellos casos en que un conflicto entre las corrientes de
su hipócrita ética y moral facilita su “confusión”
en el sometimiento de la mujer. “La
transexualidad es el resultado de las circunstancias,
sobre el varón en el periodo edípico, que provocan su
deseo de ser mujer; Es decir la transexualidad es una
perversión”.
d)
{No a fuerzas tienes que salir a la calle
con una camiseta que ponga “Las mujeres trans son
hombres” o debatir con el director de la Asociación por
las Infancias Transgénero en cadena nacional, pero
tampoco hace falta vivir como si los transactivistas
debieran darle visto bueno a cada paso que das. Cada
quien, desde el lugar en que está y en la medida de sus
posibilidades, puede hacer algo, ¡algo! Por pequeño que
sea, cuenta. Son muy poderosos, sí, y la captura
institucional es casi total, sí. Pero ¿no que éramos
unas rebeldes antisistema? Si somos feministas, ¿qué
hacemos obedeciendo a pie juntillas lo que estos señores
misóginos dicen y mandan? ¿O es que sólo lo somos de
dientes para afuera?}
Pues,
esa idea transexual ecuménica perversa patriarcal
excesivamente elevada de sí mismo, oculta los procesos
mentales dependientes de motivos inconscientes o
reprimidos. Es asombroso, pero típico del varón, la
cantidad de tonterías que de este modo descubrimos en la
“legalidad” impuesta por el varón. “La
transexualidad es el resultado de las circunstancias,
sobre el varón en el periodo edípico, que provocan su
deseo de ser mujer; Es decir la transexualidad es una
perversión”.(1)
El
sentido y la verdad del feminismo, es la derrota del
varón; perverso irresoluble y ambiguo sexual
Lo
femenino es el camino
Buenos
Aires
Argentina
19
de mayo de 2022
Osvaldo
V. Buscaya (OBya)
Psicoanalítico
(Freud)
*Femeninologia
*Ciencia
de lo femenino
_____________________________________________________________________________________________________________
(1)-Apestadas
Laura
Lecuona
Filosofía
en la UNAM. Traductora y editora,. Autora del ensayo "Las
mujeres son seres humanos" (Secretaría de Cultura,
2016). De vez en cuando desempolva su formación en
filosofía y escribe sobre temas de interés feminista
17/05/2022
A
Arussi Unda
Hace
poco estuve en Hermosillo, Sonora, invitada por un
maravilloso grupo de abolicionistas a dar una conferencia
sobre la importancia de los derechos de las mujeres
basados en el sexo. Me hizo muy feliz volver a estar en un
encuentro feminista público presencial después de varios
años; no sólo se había atravesado la pandemia sino que
la última vez, en la Universidad Autónoma Metropolitana
– Xochimilco, necesité guardaespaldas y ya estaba
planteándome no volver a esos escenarios y quedarme a
buen resguardo detrás del Zoom. ¡Pero siempre sí volví!
En
el mismo acto nos acompañaban tres pioneras del feminismo
sonorense, mujeres de sesenta y tantos años que contaron
anécdotas sobre sus inicios en el movimiento y los
cambios sociales que han visto y todo lo que en varias
décadas les ha tocado vivir. Fue un diálogo
intergeneracional muy bienvenido, como ellas mismas
señalaron. “Nos extrañó que nos buscaran; a las
jóvenes normalmente no les interesa lo que las viejitas
tengamos que decir”, señaló una, palabras más,
palabras menos.
Sus
nombres, a petición de ellas, no fueron anunciados en el
cartel y su participación, a diferencia de la mía, no se
transmitió en las redes sociales de la colectiva. Querían
evitar los ataques que, bien lo sabían, llegarían en
masa en cuanto los activistas de la identidad de género o
sus fieles aliadas cisfeministas se
enteraran de su presencia en un acto convocado por unas
abolicionistas polémicas y, para acabarla de amolar, en
compañía de esta apestada. Sus propias posturas son lo
de menos: el solo hecho de estar ahí las hacía culpables
por asociación.
Sus
nombres, a petición de ellas, no fueron anunciados en el
cartel y su participación, a diferencia de la mía, no se
transmitió en las redes sociales de la colectiva. Querían
evitar los ataques que, bien lo sabían, llegarían en
masa en cuanto los activistas de la identidad de género o
sus fieles aliadas cisfeministas se
enteraran de su presencia en un acto
Se
entiende que se quieran cuidar, por supuesto. Como dice
Kajsa Ekis-Ekman en Sobre
la existencia del sexo, “quien
no considere que el sexo es una identidad sabe que tendrá
serios problemas”. Nadie quiere recibir insultos
y amenazas en redes ni
perder amistades, fuentes de ingresos, una
diputación,
el respeto de la gente, salud, felicidad conyugal, paz
mental, que es a lo que una se arriesga hoy en día. ¿Todo
eso por participar en un acto organizado por unas
abolicionistas?, se preguntarán. Increíble pero cierto.
En el actual clima de censura y satanización de las
feministas que no siguen la línea oficial (concretamente
en los temas de pornografía, prostitución, “identidad
de género” y explotación reproductiva), abrir la boca
es todo un desacato que no queda impune. El acoso
constante pasa factura y la terminas pagando. Y eso es lo
que buscan, justamente, pero no nada más.
Una
de las principales estrategias de este activismo (que
pretende instaurar la prostitución como aceptable
alternativa laboral para las mujeres y nos asegura que los
estereotipos sexistas no son una imposición social dañina
sino nuestra mismísima identidad) consiste en amedrentar.
Como buenos inquisidores, están muy pendientes no sólo
de lo que tú dices y piensas sino de con quiénes te
juntas, qué lees, a quiénes sigues en redes sociales, a
qué publicaciones les das like. Se
trata de silenciar e intimidar, poner a unas de ejemplo
para que las demás no hablen, no hagan, no pregunten… y
a la larga, a fuerza de acatar órdenes, pierdan la mala
costumbre de pensar por sí mismas y tomar sus propias
decisiones.
También
para eso sirve la acusación de “discurso de odio”:
una todavía no dice nada, pero los opositores ya
decidieron que las palabras que una pronunciará en el
futuro serán “una amenaza para los valores
democráticos, la estabilidad social y la paz” y
por lo tanto hay que impedirlo a toda costa. ¿Que si
alguien quiere escuchar lo que una
Amelia Valcárcel o una Marcela Lagarde tienen
que decir sobre las confusiones en torno a los conceptos
de sexo y género y
sacar ella misma sus conclusiones? De ninguna manera,
porque a quienes pronuncian discursos de odio no hay que
darles plataforma y los derechos no se debaten y las
mujeres trans son mujeres y si no estás de acuerdo eres
parte del problema y “¡¡¡¿A
quién te mato para que estés tranquilo?!!!”.
No
es casual que los activistas de la identidad de género
ardan de ira cuando las abolicionistas hablamos: si la
gente tiene oportunidad de escucharnos explicar cómo las
demandas transactivistas no tienen nada de transgresoras
sino que representan un serio
retroceso en los derechos de las mujeres,
por lo general entiende y está de acuerdo. A diferencia
de nosotras, ellos no quieren convencer al público de sus
ideas con ejemplos reales y argumentos válidos en charlas
y debates: quieren imponerlas por la fuerza o a base de
mentiras, difamaciones, sentimentalismo y chantajes
emocionales, que es la otra gran estrategia. Debemos
reconocer que les rinde muchos frutos.
Como
yo no los obedezco ni me dejo extorsionar, con cierta
frecuencia me llegan mensajes de mujeres que me agradecen
por no tener pelos en la lengua y abiertamente plantar
cara a lo que considero una peligrosa embestida contra el
feminismo, una que pone en jaque su supervivencia; me
dicen que quisieran tener “mi valentía”. Pero yo no
me considero valiente: en mi país, valientes las
periodistas, las madres de desaparecidas, las políticas
que no se prestan a la corrupción y le pintan su raya al
crimen organizado. Y tampoco se trata necesariamente de
perder el miedo: lo fundamental es sobreponerse a
él, aunque el miedo ahí siga; actuar a pesar de él, con
la conciencia de que lo que está en juego es mucho más
que nuestro propio bienestar.
En
el otro extremo está la falsa suposición de que los
ataques nos hacen lo que el viento a Juárez, y entonces
está muy bien que los recibamos nosotras, a las que se
nos resbalan, y así las demás cómodamente se pueden
beneficiar de nuestra temeridad. Toda proporción
guardada, esta conveniente creencia tiene cierto aire de
familia con la odiosa postura de que está muy bien que
algunas mujeres se dediquen a la prostitución para que
así a las demás no las violen tanto, al cabo que ellas
para eso están. Y no. Es cierto que a fuerza de práctica
hemos llegado a dominar el
arte de perder,
pero el golpeteo constante por estar en la mira de los
batallones progres sí nos afecta, de uno u otro modo.
¿Por qué cargarnos la mano a unas cuantas? ¿Dónde
queda la solidaridad entre nosotras? Piénsese que
mientras más mujeres se atrevan a hablar y a plantar cara
a los chantajes, menos duro será para todas, todavía más
mujeres se animarán a rebelarse porque se sabrán
acompañadas, y así más pronto acabará este delirio.
Ellos son más gritones y tienen mucho más dinero y
poder, pero nosotras somos infinitamente más numerosas.
¡Lo malo es que no se nota! Es hora de hacerlo ver.
Cuando
atacan a otras y nos quedamos calladas, se proponen leyes
antifeministas y guardamos silencio cómplice, nos
deshacemos en disculpas por algún acto inocente que
merecía la excomunión y no lo sabíamos, usamos los
“pronombres de preferencia”, les seguimos la corriente
a unos hombres y les decimos “mujeres” y a nosotras
“cis”, son
puntos a favor del ellos. Cuando
adoptamos su lenguaje o empleamos en nuestro propio
discurso expresiones que implican falsedades (“sexo
asignado al nacer”: mentira, el
sexo no se asigna sino que se observa al nacer o incluso
antes; “infancias trans”: mentira, niñas
y niños que no encajan en estereotipos son perfectamente
normales y ni nacieron en un cuerpo equivocado ni
necesitan tratamientos médicos; “identidad de
género”: mentira, ser
hombre o mujer no depende de estereotipos sexistas y éstos
no nos hacen ser quienes somos), estamos dejándolos ganar
y engañándonos a nosotras mismas.
Y
de paso confundiendo a las demás. Si oigo a una feminista
decir “las compañeras trans” para aludir a unos
hombres que pretenden invadir el feminismo o hablar de
“las personas no binarias” como si fueran algo más
que una tribu urbana, lo normal es pensar que la feminista
en cuestión cree 1) que los hombres pueden ser mujeres y
que sus intereses son los nuestros y 2) que es posible no
ser ni hombre ni mujer. Que se tragó la propaganda cuir,
pues. Pero luego, para mi sorpresa, parece que está de
nuestro lado y resulta que sí se da cuenta de todo lo que
implica la embestida transgenerista para los derechos de
las mujeres. ¿Por qué disimularlo entonces? ¿Es más
importante ser amables o serviles con ellos que
mantenernos fieles al feminismo y a nuestras propias
convicciones?
El
otro día recibí estas curiosas líneas: “Llegó
la hora y el día en el que te digo que no puedo ser más
tu maestra de canto. Trabajo con juventudes trans y la
semana pasada me cuestionaron mi follow a ti en Twitter.
Tengo muches amigues trans también y esto siempre les ha
contrariado y de alguna forma entiendo el porqué. No
quiero perder mi chamba con estas juventudes y, aunque
creo en la libertad de expresión hasta sus últimas
consecuencias, puedo ver por qué mi vínculo contigo les
causa ruido. Tengo que ser congruente con el mundo en el
que me muevo y las personas que son cercanas a mí”.
No
todas estamos en la misma situación y no es lo mismo
perder el trabajo cuando tienes una familia que mantener
que quedarte sin una amiga o
sin alguien que te prestaba un servicio y a quien
fácilmente puedes sustituir, pero entre la encantadora
desfachatez de una Kellie-Jay
Keen y
la cobardía de mi exprofesora de canto hay un mar de
posibilidades, muchísimos espacios para decirles “No”
a unos hombres que te quieren arrodillada. Si les
consientes todos los berrinches, sabrán que basta el
berrinche para que se haga su voluntad. Y cada vez que una
cae en la trampa, contribuye a que la estrategia siga
funcionándoles. No
es valentía lo que se necesita, no es temeridad: es
congruencia y compromiso feminista.No
a fuerzas tienes que salir a la calle con una camiseta que
ponga “Las mujeres trans son hombres” o debatir con el
director de la Asociación por las Infancias Transgénero
en cadena nacional, pero tampoco hace falta vivir como si
los transactivistas debieran darle visto bueno a cada
paso que das.
Cada quien, desde el lugar en que está y en la medida de
sus posibilidades, puede hacer algo, ¡algo! Por pequeño
que sea, cuenta. Son muy poderosos, sí, y la captura
institucional es casi total, sí. Pero ¿no que éramos
unas rebeldes antisistema? Si somos feministas, ¿qué
hacemos obedeciendo a pie juntillas lo que estos señores
misóginos dicen y mandan? ¿O es que sólo lo somos de
dientes para afuera?No
es valentía lo que se necesita, no es temeridad: es
congruencia y compromiso feminista. De mujeres apestadas e
insumisas que no se callen la boca depende que este
movimiento siga vivito y coleando.