En la Amazonia, arde hasta la vida
del hombre y de su pueblo sin consuelo,
donde el dolor jamás levanta el vuelo,
anclándose en la sangre desvalida.
El fuego, con su fuerza malnacida,
petrifica los bosques del anhelo
y devasta la paz de cualquier suelo
mientras lleva la hiel del homicida.
Se aviva en la Amazonia ariscos fuegos
que desaniman a los andariegos,
ríos de oro creados por estrellas.
Todo arde en este cielo transformado
en esqueleto, sin verdor de prado,
cuyos huesos activan ya sus huellas.