Los versos de Dulce María se escurren en la textura ocre de la tarde como bálsamo que se pierde, no traspira su aroma más allá de mi ventana, digno andamiaje su envoltura etérea, pero así y todo son malos tiempos para la poesía, puesta de bruces sobre la tierra agoniza como estatua rota. La imagen se bifurca en dos. Una: la de aquellos que solo buscan el estiércol de cada día. Otra: los que engullen despojos mientras entonan salmos y tratan de reconstruir la imagen rota.
Dulce María: son malos tiempos para la poesía, ni siquiera los bálsamos líquidos de tu letra conforman un jardín cerca de mi ventana, un jardín donde componerse y hallarse, un jardín donde perecer tragada por las volutas de agua que se levantan en torbellinos sobre tus versos, donde el hombre y su sed aguardan un destino mejor para los poetas.
Por eso callamos perdidas en una casa y sus visiones, entre cadáveres y vidrieras. Tu contemplación mordaz no entiende qué fue de la casta briosa de los rapsodas de ayer: todos fueron suplantados, todos desarraigados como una planta echada al viento, ya sin coraje ni esperanzas para volver.