¡Oh, Señor! Hoy no vengo a pedirte
por piedad que me des merced alguna;
aunque cuánto pudiera yo implorarte
y cuánto tú pudieras concederme:
Vengo a decirte emocionada: ¡Gracias!
Muchas gracias Señor
por un rayo de luz haberme dado,
en el vórtice oscuro donde tuve
un poco de tu luz en la luz de sus ojos.
¡Todas las lágrimas vertidas fueron
cayendo al alma como perlas vivas,
en el instante aquel en que brilló mi vida
cuando en su azul mirar
yo ví tus claros cielos!