CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO

A LA MUJER RURAL

Sencilla y humilde

Hacendosa y bella

Es la mujer rural

De los pueblos hoy vaciados

Siempre sujeta a un solo marido.

Sabedora que es la esclava del señor

Como manda el cristianismo

A bien o mal traer

Se afana en la casa

En el campo y con los animales

Como vasalla de su amo esposo

Que tiene absoluta y entera jurisdicción

Para castigarla

Absolverla y perdonar

Como un rey o papa.

Mientras él desayuna, come y cena

Palominos a la brasa

Ella y sus hijos

Comen arenques o sardinas malas.

A veces, cabeza de cerdo asada

Mientras él degusta costillas de lechazo

Al sarmiento de sus cepas.

A las cinco o seis de la mañana

Ella se levanta

Para asear toda la casa

Abriendo todas las ventanas.

Prepara la vestimenta del señor

Así como sus botas de faena

Que ha limpiado y pulido

La noche anterior.

Prepara el desayuno para él

Y para los obreros

Que, al cabo de un rato, llegan.

Mientras ellos desayuna

Ella va a la lonja donde están el tractor y los aperos

Dejando el remolque enganchado al tractor

Con el que van al campo.

En el desayuno, él se hace el gracioso

Diciendo:

-Esposa, vamos a las tierras con porras.

Diciéndolo con ambigüedad

Porque hay un obrero

Apellidado Porras.

Los hijos, cuatro, muy bien vestidos

Han marchado a la escuela.

La mujer rural, al fin

Se ha quedado en casa sola

Para poder hacer limpieza general

De toda la casa

Hacer las camas

E ir a la cuadra, cochinera y gallinero

Para, al terminar, ir directa al corral

Para ayudar al pastor

En el ordeño de las ovejas

Para, con su leche, hacer quesos.

-Adiós vecinas

Que no me puedo quedar a charlar

Que llega pronto mi amo

Y le tengo que mudar

Cortarle las uñas de los pies

Y darle baños de agua en la ducha

Por delante y por detrás.

¡Lo brioso que atiende la mujer

A este su amor como Dios manda ¡

El campo a ella le da

La falsa libertad

Pues, antes de comer

Tiene que ir al corral a ver si las gallinas

Han  puesto huevos.

También, ir a la cochinera

Para echarles comida a dos marranos

Traídos de Jabugo

En la provincia de Hueva

Muy bien alimentados

Para la próxima matanza

Pues como dice el señor gracioso:

-A cada puerco le llega su San Martín.

Pues, por San Martín se matan los puercos

Y de esto se toma la semejanza

Y concuerda con otro que dice:

No hay plazo que no llegue”.

El señor necesita de la siesta

Y, cuando la mujer ha terminado

De recoger los platos y fregarlos

Él va por detrás

Dándole un golpecito en la espalda

Preguntando:

-Adivina quién te dio.

Subiendo, después los dos

Las escaleras hasta el primer piso

Donde está su dormitorio

Con los ojos cansados de sueño

Y deseos de sexo

Él, orgulloso; ella, quebrantada.

-Esposo, otro hijo no.

-Esposa, los que Dios quiera.

Así, día tras día en la semana

Menos el sábado

Porque el sábado para el señor es sagrado.

-Adónde vas, esposo mío.

Él contesta fino y bellaco:

-Me voy a Aranda con los amigotes

A comer asado.

Como groseros y licenciosos

Son todos los hombres rurales

Aunque parezca mentira

Después de la partida al mus de la tarde

Marchan a tomar una copa

En el puticlub junto a la Plaza de Toros.

Alternando, se les oye decir:

A Miguel de La Vid:

-Semen, Dios y venga puta.

A Genaro de Quintana del Pidio:

-Aguijar al hígado

Que brama la vaca.

-Sí, dice Alfonso de Hontangas.

A Andrés de Haza:

-Ahora sí que estoy contento

Pues he dejado dos huevos fuera del gallinero

Y una polla dentro.

-Pues yo, dice Flores del Cotarro

De Fuentenebro

No he gozado de ninguna

Porque no tenía ganas

Y eso que tuve a punto una mulata

Provocativa a lujuria de Roa.




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