—Mi único deseo es hacer contigo el amor una vez más.
—Deja de perseguirme mujer ¿no ves que estoy agotado? —Y echó a correr ladera abajo.
Entonces comprendió que a los dinosaurios le pasa lo mismo que a los hombres: jamás entienden a las mujeres. Siempre que conseguía acorralarlo entre los árboles y lograr su propósito, huía despavorido. Solo alcanzaba a perpetuar en su memoria, el largo pedúnculo verde y aquel anticuado aroma que la aturdía.
Hasta que una madrugada, luego de verle desfallecido sobre la hierba, reconoció lo ilógico de su pasión y le dijo:
—Márchate…no quiero verte nunca más.
Se durmió creyendo que jamás lo volvería a ver…y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.